La insatisfecha sed social por decencia
Anticorrupción: algo en lo que, el Perú, no avanza.
En un día como hoy, en el que no van a escasear las expresiones de elogio al gobierno del presidente Alan García, varias muy justificadas y otras explicadas por el inagotable espíritu adulón de algunos entusiastas con el que esté de turno, quizá valga la pena hacer un esfuerzo de singularidad y plantear en qué no está avanzando el Perú.
Es claro que el Perú está –como dice la publicidad oficial– avanzando en varios rubros relevantes que están mejorando la perspectiva del país y la calidad de la vida de la gente.
La reducción de la pobreza experimentada en estos años y el ensanchamiento de la clase media, junto con la sólida confianza empresarial que se percibe en el momento actual y que se traduce en significativos flujos de inversión, son solo algunas expresiones de dicho avance. Seguramente, esta mañana nos vamos a empachar de cifras que lo fundamenten.
Sin embargo, no es frecuente que los jefes de estado realicen un esfuerzo de autocrítica sobre las áreas en las que el avance es insuficiente o inexistente, y aunque el ejercicio de recordarlas sea interpretado por algunos como mala leche, ganas de molestar o mezquindad con el gobierno, no cabe otra opción que hacerlo con el fin de no correr el riesgo de que el mandatario sienta que se acerca a la perfección.
En ese aspecto, un rubro en el que no se han producido avances y en el que, por el contrario, se observan retrocesos clamorosos, es el de la lucha contra la corrupción.
No es que estemos en el desmadre cleptocrático del fujimontesinismo, pero lo sucedido con la corrupción en este lustro político es lamentable especialmente por ocurrir con un partido que la vez pasada que estuvo en el poder salió muy manchado por la deshonestidad, y porque, después de lo ocurrido en los noventa, hay una sed social por decencia en el poder.
Pero en este quinquenio ha habido mucha corrupción y –peor aún– bastante impunidad pues, cuando los facinerosos eran amigos del gobierno, este maniobró para que nada les pase. Petroaudios, Cofopri, compras policiales o Comunicore son solo algunos escándalos que lo prueban. Este último caso está revelando ramificaciones increíbles que explican algunos respaldos que, parecen, son expresiones de complicidad.
Frente a ello, decir que "la corrupción le ha hecho mucho daño a mi gobierno", como sentenció el presidente García, es un reconocimiento ligero para un gobierno que no tuvo plan ni ganas de combatir a la corrupción, y que le dejará al país, junto con el valioso crecimiento económico y la reducción de pobreza, la sensación maloliente de que, en el Perú, casi siempre, al Estado se va a robar.
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