Aldo MariáteguiLA COLUMNA DEL DIRECTORSuscríbete a esta columna |
Todos con Godoy
30 de Octubre del 2010LIMA | Por donde se le vea, la reciente sentencia por difamación contra el bloguero caviar J.A. Godoy ("Desde el Tercer Piso") es un exceso monumental. Nunca había escuchado de un paquete de tres años de prisión suspendida, 120 días de trabajo comunitario y una reparación de S/.350 mil aplicado a un acusado primario por este delito relativamente menor. Esto es totalmente desproporcionado por donde se le mire y espero sinceramente que este exceso se revierta con la apelación.
Godoy no es santo de mi devoción y yo menos de la suya. Está muy sesgado hacia la caviarada, es un satélite de Rosa María Palacios y un papagayo de las posiciones de la PUCP (donde, claro, trabaja). Muchas veces sus críticas hacia mí bordean el insulto (como todos ellos, se pica feo cuando le contestan) y hasta me inventa cosas o se refiere peyorativamente a mí como "Aldo M", tal como la bella Ugaz, el Morsa, el infantil lumpen atorrante de las malas palabras y otros especímenes de su collera, pero esta sentencia es inadmisible. Correo se solidariza con él, tal como en su momento lo hizo con Raúl Wiener por otra sentencia excesiva, pese a que éste es un excéntrico ultraizquierdista con quien mantenemos broncas esporádicas a causa de sus extrañas obsesiones. También tiempo atrás apoyamos por fallos similares a Fernando Rospigliosi y a Sally Bowen, algo que no agradecieron (como es costumbre en él; ella era muy rara). Es que aquí ya el tema no son posiciones políticas o antipatías personales, sino el valor Justicia y la posibilidad de que este tipo de fallos absurdos terminen ahogando a la libertad de prensa local.
Es más, este editorialista propuso hace no mucho que el delito de difamación tenga las mismas consecuencias penales que los delitos de calumnia e injuria, es decir, que solamente se le castigue con multa y trabajos comunitarios, ya no con prisión. Esto fue motivado por el exceso que se cometió con Magaly Medina al enviarla a la cárcel. En la propia Argentina de los Kirchner, donde éstos no son muy amigos de la prensa, se ha eliminado la prisión como castigo por difamación.
Incluso debatimos la posibilidad de una despenalización total, pero una acción civil exclusiva podría terminar afectando aún más a las empresas por los embargos como terceros responsables y hasta los mismos Velasco y Montesinos hubieran sonreído de haber tenido esa posibilidad.
Y la idea venía acompañada de establecer ciertos criterios razonables. Así, por ejemplo, si Godoy resultaba efectivamente culpable en un caso similar a éste, su sanción no debería pasar de unos mil dólares de multa y una semana de trabajos comunitarios, una penalidad proporcional y cuerda. Una cosa es sancionar y otra desollar.
Javier Valle-Riestra recogió generosamente esta inquietud e infructuosamente la quiso empujar en el Congreso, donde muchos colegas
le dijeron en privado que no iban a apoyarla, a pesar de saber que era una posición justa, porque "había que tener algo con qué joder a los periodistas".
Además, lamentablemente nuestro gremio es muy cainita y así, increíblemente, César Hildebrandt, Augusto Álvarez Rodrich y Ángel Páez escribieron a favor de que se mantenga la prisión por difamación, mientras otros, como Palacios, guardaban vergonzoso silencio y el IPYS se perdía en discusiones bizantinas. Así estamos como estamos.
Dicho todo lo anterior, tal vez lo único positivo de tan disparatada sentencia es que por fin se comprenda a internet en este tipo de delitos. Eso porque no era equitativo que sólo la prensa escrita, radial y televisiva esté sujeta a estos procesos, y porque en ese medio se divulgan alegremente barbaridades que deben tener corresponsabilidades simultáneas, aunque muchas veces los cobardes se amparen en el anonimato de la web.
P.D. Esta columna regresa el martes.
Godoy no es santo de mi devoción y yo menos de la suya. Está muy sesgado hacia la caviarada, es un satélite de Rosa María Palacios y un papagayo de las posiciones de la PUCP (donde, claro, trabaja). Muchas veces sus críticas hacia mí bordean el insulto (como todos ellos, se pica feo cuando le contestan) y hasta me inventa cosas o se refiere peyorativamente a mí como "Aldo M", tal como la bella Ugaz, el Morsa, el infantil lumpen atorrante de las malas palabras y otros especímenes de su collera, pero esta sentencia es inadmisible. Correo se solidariza con él, tal como en su momento lo hizo con Raúl Wiener por otra sentencia excesiva, pese a que éste es un excéntrico ultraizquierdista con quien mantenemos broncas esporádicas a causa de sus extrañas obsesiones. También tiempo atrás apoyamos por fallos similares a Fernando Rospigliosi y a Sally Bowen, algo que no agradecieron (como es costumbre en él; ella era muy rara). Es que aquí ya el tema no son posiciones políticas o antipatías personales, sino el valor Justicia y la posibilidad de que este tipo de fallos absurdos terminen ahogando a la libertad de prensa local.
Es más, este editorialista propuso hace no mucho que el delito de difamación tenga las mismas consecuencias penales que los delitos de calumnia e injuria, es decir, que solamente se le castigue con multa y trabajos comunitarios, ya no con prisión. Esto fue motivado por el exceso que se cometió con Magaly Medina al enviarla a la cárcel. En la propia Argentina de los Kirchner, donde éstos no son muy amigos de la prensa, se ha eliminado la prisión como castigo por difamación.
Incluso debatimos la posibilidad de una despenalización total, pero una acción civil exclusiva podría terminar afectando aún más a las empresas por los embargos como terceros responsables y hasta los mismos Velasco y Montesinos hubieran sonreído de haber tenido esa posibilidad.
Y la idea venía acompañada de establecer ciertos criterios razonables. Así, por ejemplo, si Godoy resultaba efectivamente culpable en un caso similar a éste, su sanción no debería pasar de unos mil dólares de multa y una semana de trabajos comunitarios, una penalidad proporcional y cuerda. Una cosa es sancionar y otra desollar.
Javier Valle-Riestra recogió generosamente esta inquietud e infructuosamente la quiso empujar en el Congreso, donde muchos colegas
le dijeron en privado que no iban a apoyarla, a pesar de saber que era una posición justa, porque "había que tener algo con qué joder a los periodistas".
Además, lamentablemente nuestro gremio es muy cainita y así, increíblemente, César Hildebrandt, Augusto Álvarez Rodrich y Ángel Páez escribieron a favor de que se mantenga la prisión por difamación, mientras otros, como Palacios, guardaban vergonzoso silencio y el IPYS se perdía en discusiones bizantinas. Así estamos como estamos.
Dicho todo lo anterior, tal vez lo único positivo de tan disparatada sentencia es que por fin se comprenda a internet en este tipo de delitos. Eso porque no era equitativo que sólo la prensa escrita, radial y televisiva esté sujeta a estos procesos, y porque en ese medio se divulgan alegremente barbaridades que deben tener corresponsabilidades simultáneas, aunque muchas veces los cobardes se amparen en el anonimato de la web.
P.D. Esta columna regresa el martes.
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